Un unicornio montado por Cupido se alza sobre la cima de Isola Bella. Porque solo un animal imaginario podría encajar sin esfuerzo en un lugar que ha dado vida al sueño barroco, una isla que es como un impresionante barco de arte y piedra navegando por las aguas del lago. Desde Carciano, las terrazas inclinadas de su notable jardín italiano parecen la popa de un galeón que navega hacia Baveno. En el otro lado, el Palazzo Borromeo, con su cuerpo central semicircular, se extiende como una proa cazando la Roca Malghera.

Hasta la década de 1630, era simplemente una saliente rocosa ocupada por una pequeña aldea de pescadores, dos iglesias y algunas parcelas de hortalizas, a unos 400 metros de la costa, al noroeste de Stresa.

El Conde Carlos III Borromeo la rebautizó en honor a su esposa, Isabella d'Adda, de ahí que se convirtiera en Isola Isabella y, finalmente, Isola Bella. El Conde y su hijo Vitaliano VI la transformaron en una residencia principesca, encargando a talentosos arquitectos, ingenieros, jardineros, ebanistas, yeseros, artesanos y artistas para que trabajen su magia. Los descendientes de la familia continuaron manteniendo y perfeccionando esta joya a orillas del lago que se eleva sobre las aguas de Verbano hasta el siglo XX.

El palacio, abierto al público, encanta a los visitantes con sus obras de arte invaluables, tapices, suntuosas salas y elegantes dormitorios en el piso principal. En la parte inferior, se encuentran las fascinantes cuevas que una vez cautivaron a Stendhal. Mientras que otro gran autor del siglo XIX, Dickens, lo describió de la siguiente manera: "Sin importar lo fantasioso y fantástico que pueda ser Isola Bella, sigue siendo simplemente hermoso".

Después de la visita al palacio, no se puede dejar de visitar el espléndido y lujoso jardín barroco italiano, dividido en diez parterres inclinados embellecidos con fuentes, estanques y una multitud de estatuas, que datan de la segunda mitad del siglo XVII, representando las personificaciones de ríos, estaciones y vientos.